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miércoles, 14 de abril de 2021

Rencores y Odios Extraño










¿A veces no echan de menos cosas que odiaban?

Como el instituto, los profesores que nos hacían la estadía imposible, ese amor que no nos miraba con los mismos ojos, los amigos que nos traicionaban de la noche a la mañana, las enormes horas de entrenamiento y estudio, el cansancio, el querer rendirnos a diario, lo largo que se hacía el camino y lo rápido que queríamos avanzar. Yo tengo los peores recuerdos de la escuela, creo que todo comenzó cuando decidieron que debía estudiar ballet clásico. La escuela de arte... empecé con 10 años y salí a los 15, una carrera altamente competitiva con "amigos", profesores y contigo mismo. Yo no tenía tiempo para ser una niña o una adolescente, para jugar, ver tv o salir de fiesta, solo debía hacer dieta y entrenar hasta el desmayo, cada día, mientras soportaba el estrés de ser atacada por todo y todos. Algo que mis mentores veían normal en ese mundo y le llamaban "vivir en el oeste", está claro que con mi personalidad sobrevivir en el oeste desde un inicio estaba anunciado como más que complicado: imposible, sin embargo, lo logré, con mis cicatrices y esfuerzo, pero lo conseguí. Aunque me di cuenta que ese ni era mi mundo ni en el que quería aprender a vivir. Para resumir esta etapa solo me basta decir que de ahí ninguno salimos igual que entramos, con los años y las confesiones de reuniones furtivas, me di cuenta que no solo en mí dejó trauma, que no solo para mi esa escuela hizo mella, en la mayoría también. Digamos que esos años (aunque también me los hizo difíciles) mi madre me ayudó a sobrellevarlos, pero cuando ella faltó por culpa de una enfermedad que mi familia insiste en achacarle a la feroz escuela y sus hienas, fue más aterrador. En la preparatoria me sentía invisible, aislada, llena de complejos e inseguridades, era la gordita del salón a la que solo miraban por el tamaño de los pechos. Tenía menos amigos de los que aparentaba y era más inestable de lo que mi sonrisa decía. Es extraño que a día de hoy nadie crea mi sentir y hasta mi hermana piense que yo en mis años escolares fui del grupo "popular", la que todos conocían, imitaban, querían invitar a salir o ser su amigo, pues no lo sentí ni un segundo. La preparatoria la terminé siendo mejor amiga de la chica que me hacía la vida imposible burlándose de mí junto a sus amistades. Y en la universidad... no sé, pocas fuerzas me quedaban para enfrentar las clases, como siempre optaba por ausentarme solo para quedarme en casa, por alejarme de mis compañeros al sentir que no encajaba ni con ellos, ni su forma de pensar, ni sus deseos o itinerarios, y tres semestres después, lo dejé. Intenté volver varias veces y siempre me acababa marchando. No sé si no pertenezco a ese "mundo" tampoco o simplemente no estaba preparada para él, quizás por ser tardía y old fashion en todo, no empatizo con lo que me rodea y se supone me debe agradar. Mis días escolares fueron un infierno, de lágrimas, ausencias, huidas, de visitas a la psicóloga del colegio y a mi psiquiatra, de sentirme la vergüenza de la clase... Pero de ahí puedo salvar algunas cosas porque también hubo risas, momentos de estar integrada y feliz, tuve profesores jodidamente desagradables pero también muchos buenos y cercanos que siempre llevaré conmigo, y aunque esporádicas, también buenas amistades. Tal vez no era culpa de mis compañeros o los académicos sino mía, que estaba con temor y autorechazo descubriéndome, interesada en cosas demasiado grandes para procesar, mucho más importantes que irme de fiesta con los chicos de mi edad. Lo "viví" sola pero lo necesitaba y aunque mi paso por la escuela haya sido diferente al de todo el que conozco, haya sido muy intrapersonal, creo que no lo cambiaría, no se sintió como estar en el colegio, pero quiero creer que era necesario y que cada quien debe hacer su propio viaje...
Hoy miro atrás y recuerdo pequeñas anécdotas, miradas cómplices, euforia extrema, horas de charlas, cartas y fotografías que permanecen guardadas... y me suele compensar tenerlo. Y lo echo de menos, como todos supongo, esas edades de preocupaciones de menor magnitud, de no tener tiempo para aburrirse, de ocuparse mayormente de pasar tiempo con amigos, tener detalles con quienes hacían nuestra vida más fácil y poder vivir esas primeras y tímidas veces. Supongo que a esto se refieran cuando hablan de caminos de rosas, tenemos espinas que duelen y nos hacen sangrar, pero también disfrutamos aroma de flores y pétalos por doquier, para ganar debemos perder. No sé si por mis ganancias valieron la pena mis pérdidas pero ahora es todo lo que tengo... Pensar en ese pasado viendo solo las sombras, es lacerante, por eso estoy aquí entre viejas fotografías celebrando el primer beso que me dio esa profesora que tanto me odiaba y olvidando que cada día estaba en el hospital o saltando una valla para emcerarme en mi habitación. Una cosa que descubrí con el tiempo es el daño que te causa hacer algo que no te gusta, y es que desde los 10 años, el miedo se apoderó de mí y ni siquiera pude asistir a clases en septiembre, mientras el resto descubría una escuela por la que había luchado para ingresar yo lloraba viendo amanecer por la ventana del hospital, sin poder andar. Desde entonces cada día hasta mis 19 años, algo sucedía conmigo y teníanque sacarme antes de clases, pero al dejar definitivamente los estudios, no volví a enfermarme de gravedad. Culpo a la frustración de tener que ir a clases a diario deseando dejarlo sin que me lo permitieran, por cualquier malestar. No sigo en contacto con mis compañeros, de ningún colegio, no soy de las típicas que todavía tiene las mismas amistades o está en un activo grupo de WhatsApp de la escuela lleno de anécdotas e historias que repetirnos. En ocasiones quiero que sigan en mi vida y esto es cuando recuerdo solo lo bueno, pero en realidad no es mi deseo. Como están las cosas es lo ideal. Ahora no me acuerdo de lo malo pero se que al intentar reconectar las antiguas riñas aparecieron y junto a ellas esa invisible chica que fui, a la que dejaron de llamar e invitar a las fiestas, la que se quedaba fuera de todo, la que se resumió en la pobre inadaptada que perdió a su mamá en la preparatoria y todos le tenían pena. Es difícil hacer las paces con el pasado, ellos no son los mismos y yo tampoco, y la sonrisa que me viene al rostro con sus recuerdos, son solo eso: memorias de algo que ya no existe.
Nunca podré reconciliarme con mi historia, con sus personajes y ni siquiera con la yo de antes. Porque esos que me vivieron hace 15 años, no me entienden hoy, me ven como un bicho raro que actúa como un rebelde cliché por un trauma mal manejado y no como la impoluta chica que mi madre me obligó a ser, la que antes conocían. Entonces me doy cuenta que nada ha cambiado realmente, ahora no soy invisible pero sí rechazada e incomprensible, igualmente echada a un lado... Lo entiendo y acepto, como siempre, con eso puedo vivir, no necesito el permiso del pasado para ser quien soy hoy. Es simpático algo: que ellos me vean hoy absurda, porque quien me conoce ahora lo único absurdo que cree es mi vida anterior, demasiado increíble que yo haya sido aquella, que haya vivido eso y a pesar de todo sea yo. A estos me los quedo y de aquellos mantengo las instantáneas...
Así que... mi vida estudiantil fue dura y sus memorias lo siguen siendo (aunque aparezcan ahora alumnos y profesores aclamando mi comprensión y mis disculpas), las llevaré siempre conmigo pero a veces, solo a veces, la nostalgia le gana a mis odios, y echo de menos. Echo de menos esa etapa. Esa vida que ya no me pertenece. Esa chica en la que no me reconozco. Es más sano que solo sentir rencor por lo que no se puede reescribir. Solo quisiera que supieran cada uno de esos ángeles que formaron parte de mi angustioso camino solo para iluminarlo, que estoy agradecida, los recuerdo con ternura y me siento enormemente orgullosa de poder ver sus logros hoy, sabiendo que crecí a vuestro lado, gracias y a pesar de muchos...