Kiwi
Usted estaba atorada en un juego de su teléfono móvil, cuya música me estaba enloqueciendo. Levanté la vista de mi lectura, y me fijé que era uno de estos de acertar varias respuestas a una misma pregunta. Se encontraba en la sesión de frutas con semillas y solo le quedaba una para avanzar de nivel. Se veÃa frustrada por los constantes intentos denegados de los que no desistÃa, y chasqueó con hastÃo la lengua. Yo habÃa jugado en aquella aplicación millones de veces con mis amigas por aburrimiento, como todos supongo a dÃa de hoy, como usted, que aparentemente preferÃa perderse en los mundos de "yupi" que establecer una conversación con la joven pasajera de al lado, con la que le quedaban 6 horas por delante. Yo sabÃa la respuesta, mas por repentina timidez, no me atrevà a darle la palabra que ya rondeaba mi mente y solucionarÃa su problema. Pero cuando la vi al punto del colapso mental, se escapó de mi boca la palabra <<kiwi>> sin que pudiera evitarlo. Usted no entendió, y se volteó a verme por primera vez en el vuelo (aunque yo la habÃa observado desde que llegó cargada de equipajes al aeropuerto, como supongo hicieron todos), y yo aun fingiendo estar pendiente de mi libro, le expliqué en un murmuro que esa era la respuesta que buscaba. Usted la probó (jurarÃa que más por demostrarme mi error que por confianza) y al ver que no me habÃa equivocado, hizo un ademán de sorpresa, y musitó un <<gracias>> casi mudo y sin contacto ocular. Aquel agradecimiento fue el peor que habÃa recibido en mi vida, por su tono de voz, pareció hasta molestarle ofrecerlo y eso atrapó severamente mi atención (como a cualquier chica caprichosa, creÃ). Y más que solo un parecer, era la realidad, pude confirmarlo tiempo después. Porque a medida que la fui conociendo (sÃ, eso no acabarÃa allÃ), fui aprendiendo de usted, de sus rarezas y sus porqués.
Usted era una mujer que le costaba más que agradecer, necesitar. AsumÃa ser independiente y precisar de otro ser humano la corroÃa, lo supe el dÃa que tuvo temperatura, por irse de parranda a solas hasta las tantas, y solo me permitió llegar a la entrada de su casa y dejar en el felpudo (cuya extraña frase era "fuck off"), los botes de sopa casera (que me tomaron siglos en aprender a hacer) y el jarabe para la tos que la ayudarÃa a dormir. Ahà me di cuenta que el suyo, era uno de esos... Uno de esos corazones quebrados que un dÃa aprenden, con solo una pieza a latir como uno entero. Uno de esos que no aceptan piezas de repuesto, uno de esos necios, con miedo. Uno de esos frágiles con ansiedad de acero. Uno de los enjaulados, de los renegados, de los vencidos. Uno de esos que se niegan a amar a la correcta porque ayer amaron de más a la equivocada... Y el suyo (no se si por vocación o por obra del destino) no fue el primero que encontré en dicho estado, pero desde que me dió semejante basura de agradecimiento, y sentà que era otra alma blindada que lloraba a solas, desde que me dolió su frialdad y su distancia, me di cuenta que más que hacer a otro más sentir calidez, era al último al que se lo querÃa enseñar. Era ese, el suyo, en el que querÃa quedarme.
No, no es fácil de repente encontrarte palpitando por alguien que no se permite ni bombear sangre. No es fácil hacerle ver intenciones sinceras en ti, y menos aun que las desarrolle ella. Afortunadamente también sabÃa que tampoco era fácil dejarse... ser... Pero le aseguro señora, que de haber sentido el ritmo dentro de mi pecho cuando se acercaba al suyo, mucho antes, hubiese sabido desde entonces que mis ganas siempre fueron: reintegrar esa vieja maquinaria, aunque le tuviera que entregar todas mis piezas. Era un pecado que un artefacto tan hermoso y lÃmpido estuviera en desuso cuando hay miles en función con un 2% de belleza. ¿Por qué usted no se iba a permitir volver a sentir algo bonito? Le adelanté que si algo cuesta, es porque algo vale.
Por un tiempo pensé que quizás era yo, que el problema era que no era lo suficiente para hacerla sonreÃr de nuevo, pero el real asunto, era que como el llanto, ocultaba también la risa. Vivà a su lado, paso a paso, como el andar de un infante mientras todo lo que me pedÃa el cuerpo era correr bajo la lluvia de su mano y robarle un beso para que luego me regalara cientos. Y al parecer, mi paciencia fue premiada (esa que me inventé por usted y desconocÃa tener) pues un dÃa empezó a a dejar que le sacara carcajadas, que le explotara la vida por los ojos, que me ocupara y preocupara por sus fracturas. (No sé cómo no vio antes que su reticente dolor solo me brotaba lágrimas.) Y lo agradezco, pues no hay nada que me rompa más, que ver a un alma hermosa dejarse marchitar sin que nadie se atreva a regarla. Pero con usted (la más rebelde de todas) entendà que no es sencillo echar agua a una flor que autodecidió dejarse secar. Que toma tiempo y esfuerzo hacerle entender que vale la pena sentir el rocÃo y que no todas vienen a robarle sus pétalos, algunas queremos solo darle más color. Porque si como yo, lo que más amas es a las flores renuentes, todo lo que deseas es tomarte el trabajo de cuidarlas hasta verlos brotar más vivos que antes, y entonces, mantenerlos enteros y protegidos siempre. ¿Por qué les cuesta a ustedes tanto entenderlo? ¿Por qué no pueden comprender que venimos a curar heridas y no a abrirlas?
Vale, digamos que entiendo también la complicación que conlleva reconstruir un corazón. Hacerlo volver a funcionar con menos piezas que las que tuvo de inicio, que eso hace difÃcil entonces que quieran volver a prestar piezas, volver a correr el riesgo, volver a atreverse. ¡Pero yo vine con ansias de regalarle todas las mÃas! Me parece una aberración, la condena a dejar de funcionar una maquinaria que fue creada justo para eso. Y el camino fácil es ese: detenerla, ¿pero quién dijo que los caminos fáciles son los correctos? ¿Quién dijo que la vida es de los que los paraliza el miedo? ¿Quién dijo que por negarse a que funcione no va a llegar el dÃa en que otro corazón haga girar sus engranajes oxidados en contra de la voluntad de usted? Y está trillada la frase, pero es real: la vida es de los valientes, y ser valiente no es tener miedo a que se estropee tu maquinaria, sino, con todos ellos permitirle realizar sus funciones.
Creo que nadie deberÃa declararse naturaleza muerta teniendo la oportunidad de ser la flor más hermosa de cualquier jardÃn. Cuando yo le ofrecÃa el mÃo, ella estaba a punto de hacerlo y aunque a veces sentà que simplemente tal vez yo no era la fruta correcta de su juego, hoy la admiro. Admiro su fortaleza, esa con la que resplandece despúes de elegirme sin saber a ciencia cierta si serÃa yo la indicada. Y aunque me enamoré de su corazón roto, de sus grietas, de sus piezas oxidadas, y sus pétalos a medio marchitar, no era correcto sentir que ya no tendrÃa un intento más, que ya nadie tendrÃa espacio en su vida, que ya no habrÃa lugar a momentos felices por haber elegido un mal mecánico en su momento que más que reparaciones, robó material de trabajo.
En la vida ocurre de todo, nos encontramos con miles de personas y acontecimientos de los cuales debemos dejar ir los que nos maten para asà permitir quedarse a los que nos den la vida. Y con cada uno de ellos, recibir el aprendizaje que trae. Su error, habÃa sido creer que la lección que dejó una jardinera a sueldo, era cerrarse al mundo. Pero no señora, la enseñanza era que debÃa exponerse al mundo, a pesar de saber que este podrÃa destrozarla, porque siempre es mejor elegir a nuestro propio verdugo, que entregarnos al que escoja la vida. Le agradezco que haya sido fuerte para reconstruirse, que me haya demostrado que no necesitaba de mi mano para hacerlo, que no se haya cerrado a nuevas vivencias y que entendiera que la solución, no era también quebrar a quienes como yo, solo quisimos rescatar la esencia, que logramos oler en usted, bajo miles de capas de acero.
Al final terminé aprendiendo de usted, yo que llegué con intenciones de enseñarle. Pues como dice, yo no tenÃa que darle mis piezas para reemplazar las suyas rotas, sino que era mejor lo que conseguimos: hacer ambas maquinarias funcionar en conjunto con la creación de una unión inquebrantable... Estoy orgullosa y feliz por usted, y por mÃ. Hoy sigue brotándome lágrimas, pero solo de alegrÃa, de maratones de cosquillas, tardes de besos locos y noches de velar sus sueños en mi almohada. Gracias por aparecer con la misma arrogancia hace diez años en aquel avión. Gracias por dejarme vivir la metamorfosis de un corazón moribundo. Gracias por dejarse ser, por volver a amar, por hacerme la afortunada, por palpitar conmigo y atreverse a morder la manzana de lo prohibido...
¡Y pensar que todo empezó por un kiwi!